Paracelsus. Dosis sola facit venenum.
Javier Pérez Frías*, Nuria García-Agua**, Inmaculada Medina, Francisco Martos.
UMA. *SEMA. **Academia de Ciencias de Málaga.
Hoy, 530 años después de su nacimiento, Paracelso se nos muestra como un Erasmiano casi perfecto – en el sentido amplio y moderno del término – y enorme innovador, tanto en la adquisición itinerante de conocimientos -como un Erasmus de hoy – como en la posterior enseñanza libre y sin prejuicios de estos. Un hombre adelantado a su época; inclasificable por su enorme capacidad de abarcar campos que parecían inconexos. Alabado y denostado por igual, fue capaz de genera filias y fobias como pocas veces se ha conseguido a lo largo de la historia
El hombre.-
Theophrastus Phillippus Aureolus Bombastus von Hohenheim; autonombrado Paracelso o Teofrasto Paracelso (Zúrich 1493 – Salzburgo 1541). Alquimista, médico y astrólogo suizo; coetáneo de nuestro Carlos I (Gante 1500 – Yuste 1558) y de Erasmo (Rotterdam 1466 – Basilea 1536) fue todo lo anterior y más, ya que es considerado el padre de la moderna toxicología y, dado que fabricaba los remedios que usaba doquiera que iba, obviamente boticario. Y también como el primer anestesista gracias al uso del láudano en sus pacientes.
El Renacimiento fue la época en la que Miguel Ángel esculpió su Piedad, Nicolás Copérnico dio a conocer su Teoría Heliocéntrica, Cristóbal Colón descubrió América, Guttembreg inventó la imprenta, y en la que vivió Leonardo da Vinci, arquitecto, inventor, ingeniero, anatomista, fisiólogo y pintor. En este increíble momento mágico de la humanidad, vivió también Phillippus Aureolus, quien tomó primero el seudónimo de Theophrastus Bombastus y más tarde el nombre de Paracelsus (superior a Celso).
Médico y alquimista, estudió en la universidad de Viena y se hizo conocido por haber quemado públicamente las obras del famoso médico romano Galeno, defensor de la teoría de los cuatro humores de Hipócrates, cuestionando con este gesto gran parte de los conocimientos defendidos hasta entonces en la práctica médica.
Nacido y criado en Einsiedeln (Suiza), era hijo del médico, botánico y alquimista suabo Wilhelm Bombast von Hohenheim y de madre suiza, Elsa Ochsner1, cuidadora del alberge para peregrinos de su localidad natal y fallecida cuando Paracelso contaba tan sólo ocho años.
Su padre le llevaba con él a visitar a los enfermos desde la temprana edad de seis años. En su juventud trabajó en las minas como analista. La familia se trasladó en 1502 a Villach, en Carintia. Allí trabajó en las minas de los Fugger, banqueros imperiales. A los 16 años comenzó sus estudios en la Universidad de Basilea, y más tarde en Viena; completando sus conocimientos médicos en Ferrara, donde debió tener como maestros a Leoniceno y Manardo, este último adversario crítico de la astrología. No está probado que llegara a alcanzar el grado de doctor, pero sí alguno de los grados intermedios que en aquella época se concedían, ya que consta como doctor in utraque medicina por la Universidad de Ferrara en 1515 o 1516.
No obstante, con grado de doctor o sin él, los expertos de su obra afirman que conocía muy bien los textos médicos clásicos, pero fue incapaz de aceptarlos sin crítica.
Consta que trabajó como cirujano militar al servicio de Venecia en 1522, por lo que es probable que estuviese implicado en campañas militares al servicio de la Serenísima entre 1517 y 1524 en Países Bajos, Escandinavia, Prusia, Tartaria y, posiblemente, el cercano Oriente. Discrepaba frontalmente de la idea que entonces tenían sus colegas médicos de considerar la cirugía como una actividad marginal, relegada a los barberos.
Figura imprescindible del Renacimiento en los campos de la farmacia, medicina y alquimia, aportó su particular visión sobre la medicina, que constituyó toda una revolución frente al pensamiento establecido en el siglo XVI. Aclamado por unos y despreciado por otros, las teorías de Paracelso y su influencia en la historia de la ciencia médica han llegado hasta nuestros días; pese a que en su tiempo llegó a ser calificado de loco, charlatán y visionario, fue, sin lugar a duda, un hombre movido por un enorme afán de conocimientos, si bien con una desbordante imaginación. Este afán le llevó a buscar casi de manera obsesiva la piedra filosofal, una sustancia alquímica desconocida capaz – entre otras cosas – de convertir el plomo en oro, así como de proporcionar el elixir de la eterna juventud. 2
Su agitada vida no estuvo exenta de aventuras, aunque también fue un extraordinario investigador. De hecho, se le considera el padre de ciencias como la toxicología y la farmacología modernas. Paracelso estudió en profundidad todos los tratados médicos de su época, pero considerando que había superado con creces aquellos antiguos conocimientos, se sabe que una noche de San Juan llegó a arrojar al fuego obras tan emblemáticas como el Canon de Medicina de Avicena y las obras completas de Galeno mientras gritaba: «En las correas de mis zapatos hay más sabiduría que en todos esos libros».
Una vez reconocido como médico, bajo la protección del erudito y reformista Juan Ecolampadio, Paracelso fue reclamado a Basilea, ciudad que era en aquel momento uno los principales centros del humanismo renacentista, para atender al conocido editor Frobenius, a quien parece que salvó de la amputación de una pierna. Allí conoció al gran humanista Erasmo de Róterdam y al librero Wolfgang Lachner. Propuesto más tarde para que ocupara la plaza de médico municipal de Basilea, esto le permitió dar clases en su Universidad desde 1526, convirtiéndose – a sus 34 años – en el profesor más joven del claustro.
De nuevo volvió a mostrar su rebeldía y chocó con las autoridades académicas. Publicó un manifiesto en el que expresaba su disconformidad con la medicina hipocrática y galénica. Siguió dando clases basándose en su experiencia y junto a la cama de los enfermos. Frente al latín de los demás profesores, utilizaba la lengua vernácula – alemán – y admitía entre sus alumnos a barberos cirujanos. Como lógica consecuencia para los tiempos que corrían, fue expulsado. Frobenius, su mentor, murió y su impopularidad fue en aumento, hasta el punto de que tuvo que dejar la ciudad al ganarse la animadversión de sus colegas, entre otros motivos por declarar – con aspereza – que la medicina se podía aprender, pero nunca se podía enseñar.
En 1528, en vista de los frecuentes enfrentamientos que tenía con sus colegas médicos y también con los farmacéuticos, quienes entre otras lindezas lo motejaban de loco y charlatán, decidió abandonar definitivamente Basilea y trasladarse muy cerca de Stuttgart, en Alemania.
Durante la época en la que Paracelso ejerció en Austria, Suiza y Alemania se ganó fama de buen médico, pero sin embargo su desatada elocuencia le siguió acarreando la enemistad de sus colegas. Y es que, a pesar de sus logros de carácter científico, también daba absoluto crédito a la magia, la astrología y la alquimia.
Viajó por el centro de Europa, y en 1533, en el Tirol, compuso el primer texto de medicina laboral que se conoce en la literatura médica europea, La enfermedad de las alturas. En 1536, en Baviera, publicó otro de sus importantes libros, Cirugía Magna. Se le debe también un valioso estudio monográfico de la sífilis.
Murió a la edad de 47 años en las cercanías de Salzburgo, el 24 de septiembre de 1541, al parecer asesinado por unos salteadores de caminos; indigente y abandonado, sus restos fueron enterrados según sus deseos en el cementerio de la iglesia de San Sebastián de dicha ciudad.
Sus ideas.-
A pesar de haber recibido una formación universitaria, Paracelso se oponía a la enseñanza reglada de la medicina y chocó con el establishment médico y académico. Cuestionó los textos de Hipócrates, Galeno, Avicena y otros autores clásicos, e incluso quemó públicamente algunos de sus libros. Dio la importancia debida a la experimentación y al empirismo y dictó sus clases y enseñanzas en alemán, su lengua vernácula, acercando así el saber a clases sociales menos ilustradas y favorecidas.
Dosis sola facit venenum. Sólo la dosis hace el veneno. Paracelso consideró al universo como una gran farmacia y a Dios como el «Boticario Supremo». En su obra todo elemento natural se convierte en fármaco; siempre que el médico, mediante la observación y la alquimia, sepa descubrir sus diversos modos de acción sobre el organismo.
Así el hombre, entre Dios y la naturaleza, debe erigirse en el explorador y administrador de tales tesoros curativos. Paracelso, transgresor e innovador siempre, trasciende la idea de que el médico es un «servidor de la naturaleza». Según sus ideas: enfermedad y remedio «se atraían“ y el médico debía hacer lo posible para encontrarlo de entre los que la naturaleza donaba; por ello no nos debería resultar extraña su facilidad para utilizar medicamentos químicos o de origen mineral, frente a los cuales los clásicos y los médicos de su época fueron tan cautos.
Al considerar químico el origen de la enfermedad, buscó también en la alquimia los medios para combatirla. Nació así el concepto de arcano cómo ente inmortal existente en todo lo que cura, es decir 3
algo inmaterial que tiene en sí poder de generar, transformar, cambiar y renovar los cuerpos, produciendo la curación o protegiéndolos de la enfermedad y así influyendo directamente sobre la vida. Para Paracelso el mundo estaba lleno de arcanos que Dios, Sumo Boticario, había creado y puesto en él, para que el hombre los buscara y estudiara hasta ser capaz de conocerlos y aplicarlos.
Si una sustancia no tiene efecto a una concentración alta, tampoco lo tendrá a concentraciones menores. Este es el principio clásico del análisis toxicológico para la regulación de sustancias químicas.
Pero lo que realmente interesaba a Paracelso era el orden cósmico, y lo halló en la tradición astrológica. La doctrina del astrum in corpore es su idea capital. Fiel a la concepción del hombre como microcosmos, puso el firmamento en el cuerpo del hombre y lo designó como astrum. Fue para él un cielo endosomático cuyo curso estelar no coincide con el cielo astronómico, sino con la constelación individual que comienza con el ascendente personal u horóscopo.
En lugar de seguir las tradiciones antiguas, heredadas de los griegos y los árabes, propuso que la práctica médica se basara en principios de la alquimia y la astronomía. Él creía que los seres humanos somos un microcosmos y que un buen médico no es el que más se prepara académicamente, sino el que mejor entiende la naturaleza y el orden cósmico. Pensaba – y lo decía – que solo los médicos con este talento innato debían practicar la medicina. Uno de sus principios fue: Únicamente un hombre virtuoso puede ser buen médico. Según su teoría la medicina se basa en cuatro pilares: astronomía, ciencias naturales, química y amor.
A él se le atribuye la idea de que los cuatro elementos (tierra, fuego, aire y agua) pertenecían a criaturas fantásticas que existían antes del mundo. Así pues, la tierra pertenecería a los gnomos, el agua a las nereidas (ninfas acuáticas), el aire a los silfos (espíritus del viento) y el fuego a las salamandras (hadas de fuego). Se adelantó siglos a J.R. Tolkien.
Paracelso, no obstante, y en alguna medida, aceptó los temperamentos galénicos y los asoció a los cuatro sabores fundamentales. Esta asociación tuvo tal difusión en su época que aún hoy en día, en lenguaje coloquial, nos referimos a un carácter dulce (tranquilo), amargo (colérico), salado (dicharachero) y ácido (melancólico).
Por otro lado Paracelso creía que la clave para sanar era separar lo puro de lo impuro y esto se lograba a través de la alquimia:
«Muchos han dicho de la alquimia que es para hacer oro y plata. Para mí no es el objetivo, sino considerar qué virtud y poder hay en la medicina.
Es de gran importancia que la alquimia se entienda en la medicina, debido a las virtudes latentes que residen en las cosas naturales, que pueden no ser evidentes para nadie, salvo en la medida en que sean reveladas por la alquimia»
Para separar principios químicos y minerales Paracelso – como alquimista práctico – utilizaba tres métodos: la destilación, la calcinación y la sublimación. Todos estos procesos producían sustancias más puras, intensas y poderosas. La alquimia para él no era solo un método para adquirir medicamentos en estado puro, era algo mucho más místico; creía que las plantas y minerales tenían fuerzas ocultas y que solo un médico inspirado por Dios (y eso no lo daba un título universitario) podía reconocer y separar esas fuerzas – arcanos – que tenían el poder espiritual para sanar. Veía la purificación y la separación del espíritu de lo material como algo divino y creía que la medicina que él practicaba era profundamente cristiana y había llegado para reemplazar a la medicina pagana de Hipócrates y Galeno.
Wer Krakheiten heilen kann, ist Arzt …
(Paracelsus).
«Aquel que puede curar enfermedades es médico. Ni los emperadores ni los papas, ni las escuelas superiores pueden crear médicos. Pueden conferir privilegios y hacer que una persona que no es médico aparezca como si lo fuera. Pueden darle permiso para matar, pero no pueden darle el poder de sanar”.
Por sentencias y frases como esta fue expulsado de la Universidad de Basilea, ya que atentaban claramente contra la enseñanza reglada de la medicina:
Sus ideas – emanadas de un carácter visionario, complejo y díscolo – provocaron que se enemistara con todo el ámbito académico. Tras proferir frases como las anteriores sus colegas empezaron a atacarle, poniendo especial énfasis en su poco agraciado aspecto físico; Paracelso empezó a ser motivo de burla por ser de baja estatura, calvo y con tendencia a la obesidad (quizá por aquel motivo el científico siempre prefiriese la compañía de los más necesitados). A pesar de todo, siguió innovando y decidió empezar a dar sus clases en alemán con el fin de que estas llegaran al mayor número posible de oyentes. 4
En cuanto al porqué de las enfermedades, según Paracelso existían cinco posibles causas: la acción de los astros, la acción tóxica de los alimentos, la herencia y la constitución, ciertos factores anímicos y la voluntad divina. Asimismo, sostenía que el hombre, microcosmos, formaba parte de una entidad mayor, el universo o macrocosmos, integrado por elementos como el azufre, el mercurio o la sal, ordenados por un principio vital denominado arqueus.
Para él, la medicina era una ciencia fundamental debido a la unión que en ella se da entre la naturaleza y el arte de manipularla, y porque su estudio podía iluminar la relación entre el mundo exterior y el mundo interior. Asimismo, creía que el único modo de avanzar científicamente era con la experimentación apoyada en una teoría (una idea absolutamente moderna), pues afirmaba que sin el experimento y la práctica no se puede conocer la realidad, aunque también creía en la importancia de la especulación y la teoría, ya que pensaba que sin ellas el conocimiento no es sino un conjunto de reglas estériles.
Tras su temprana muerte, sus seguidores fueron en aumento, especialmente en Francia y Alemania, aunque también lo hicieron en otros lugares, como en la España de los siglos XVI y XVII, e incluso entre los ilustrados del XVIII. De hecho, entre todas sus teorías, fueron las biológicas y las alquímicas las que contaron con un mayor número de adeptos.
A Paracelso se debe también la idea de que un médico debe sentir empatía por sus pacientes para poder curarlos, un concepto que ha llegado hasta nuestros días y que no puede ser más contemporáneo:
«El médico ha de ser leal y caritativo. El egoísta muy poco hará en favor de sus enfermos. Conocer las experiencias de los demás es muy importante para un médico».
Y para concluir, Paracelso se adhirió en otros lugares de su obra a la trina ordenación que San Pablo estableció en los modos de operación del ser humano: cuerpo, alma y espíritu:
«El espíritu del hombre no es el cuerpo, no es el alma, sino un tertium… sobre el alma y sobre el cuerpo»
Para él la unidad viviente de cada hombre es y tiene que ser algo más que la fusión de un «cuerpo animal» y un «cuerpo sidéreo». Hay también en ella un «cuerpo invisible» no sometido al médico, procedente del soplo divino y ajeno a la influencia de los astros. Gracias a ese «cuerpo invisible» es el hombre una criatura eterna, libre, equiparable a los ángeles, superior a la naturaleza y capaz de resurrección. Bien se ve que Paracelso se está refiriendo al «espíritu» (Geist), y así llama otras veces a este sumo principio de la realidad humana.
Son terrenos a los cuales, otro coetáneo suyo, Miguel Servet (Villanueva de Sigena 1511 – Ginebra 1553) se acercó demasiado y terminó, literalmente, abrasado en la hoguera calvinista por la intolerancia protestante. La Inquisición no sólo fue la Católica Inquisición, que por otra parte también le buscó y condenó en efigie. En todos los lugares se levantan, ayer y hoy, patíbulos como barrera contra las ideas2.
Su obra.-
Con sus luces y sus sombras, Paracelso fue un innovador3. Entre otras cosas quiso desterrar del uso médico los polifármacos (es decir, la utilización de múltiples ingredientes – brebajes – para preparar medicamentos) con el objetivo de simplificar las elaboraciones más complejas. Debido precisamente a ello fue un gran divulgador de nuevos preparados (descubiertos en su mayoría por él mismo gracias a su labor investigadora y experimental) compuestos a base de antimonio, hierro, azufre, mercurio o sales, e incluso preparados vegetales.
También propugnó la unión de la medicina y la cirugía, que en aquella época estaban separadas, ya que la última era de uso exclusivo de los barberos y los médicos la consideraban indigna de su estatus; ejerciendo indistintamente ambas a conveniencia del paciente.
Mucho más esforzadamente que Vesalius, Paracelso abogó por dejar atrás las doctrinas médicas de Galeno y reemplazarlas por un nuevo sistema científico del conocimiento, basado en fundamentos de experimentación y empirismo. De primordial importancia para considerar a Paracelso entre los primeros boticarios – en sentido actual del término – es su concepción de toda dolencia como entidad específica, 5
afectando a órganos determinados y localizados, con un curso natural en su desarrollo y un remedio individual para cada una. Esta moderna concepción de la enfermedad enterraba las desfasadas ideas galénicas vigentes durante siglos4.
Por otro lado, relacionar la actividad de un producto con la dosis le permitió introducir el mercurio como fármaco para el tratamiento de la sífilis. Sus investigaciones sobre sustancias tóxicas aportaron nuevos puntos de vista a la medicina y a la farmacia.
Desde el punto de vista etimológico, el término “tóxico” deriva de la palabra griega toxikon que significa flecha envenenada (referido originalmente a las sustancias aplicadas en su punta). Así lo utiliza Homero en La Ilíada y en La Odisea. Toxikon, junto a logos (conocimiento) conforman la palabra toxicología, que viene a significar “ciencia de los venenos”. Durante mucho tiempo veneno y tóxico fueron sinónimos y no se diferenciaron hasta el siglo XIX cuando la toxicología pasó a definirse como “la ciencia que se ocupa del estudio de las sustancias tóxicas”, siendo “veneno” únicamente aquella sustancia que se utiliza con la intención de matar5.
Las investigaciones de Paracelso sobre sustancias toxicas aportaron nuevos puntos de vista a la medicina y condujeron a su conocido axioma: Dosis sola facit venenum. Este principio, aceptado aún en parte en el ámbito toxicológico, relacionaba por primera vez la actividad de un producto con la dosis. Se anticipó así Paracelso al señalar la posibilidad de que ciertos venenos podrían actuar como medicamentos si eran administrados a las dosis adecuadas. Consideró esencial la experimentación animal para obtener datos sobre la respuesta frente a los productos químicos.
Relacionar la actividad de un producto con la dosis le permitió introducir el mercurio como fármaco para el tratamiento de la sífilis, práctica que le sobreviviría trescientos años. Muchos médicos empleaban mercurio para preparar los ungüentos que curaban las enfermedades de la piel. A falta de otros antisépticos o antibióticos, los “mercuriales” así como los “arsenicales” resultaban eficaces para curar enfermedades como la tiña, producidas por parásitos que anidaban bajo la piel. El mercurio eliminaba el Treponema pallidum causante de la sífilis, pero las dosis prescritas para ello eran altísimas y los pacientes sufrían perturbaciones mentales, úlceras bucales e intensos dolores de estómago, y terminaban perdiendo pelo y dientes: Aegrescit medendo6.
Sus investigaciones se centraron sobre todo en el campo de la mineralogía y la alquimia. Produjo remedios minerales para destinarlos a la lucha del cuerpo contra la enfermedad. También aportó ideas alquímicas, por las que fue tachado en su tiempo y a posteriori de charlatán.
Su obra principal fue La gran cirugía o Cirugía Magna (Die Grosse Wundartzney). A pesar de que se ganó bastantes enemigos y tuvo fama de mago, contribuyó en gran manera a que la medicina siguiera un camino más científico y se alejase de las teorías de los escolásticos. Sus aportaciones, sobre todo en el campo de la terapéutica, son consideradas especialmente importantes por dos motivos: el inició del uso de nuevos medicamentos (de hecho, fue el primero en suministrar láudano), ya que consideraba que cada enfermedad debía tener su tratamiento, y porque fue el primero en defender que ciertos venenos, administrados en pequeñas dosis, podían ser empleados como medicamentos.
También escribió tratados sobre enfermedades como la sífilis o las respiratorias que sufrían los mineros, y obras que describen la visión de su sistema humano y cosmológico: Liber Paragranum (1530) y Opus Paramirum (1532).
En palabras del profesor Pedro Laín Entralgo7:
«Tal vez no haya existido jamás un médico que se propusiera tan alto y ancho objetivo como el de Paracelso. Quiso este, ante todo, saber curar. Pero no creyó posible el cumplimiento de su propósito fundamental sin saber en profundidad y por sí mismo lo que es la enfermedad; y, por tanto, lo que es la naturaleza del hombre; y, en consecuencia, lo que es la universal naturaleza; y, por fin, suprema clave, lo que es Dios, y cómo Dios gobierna el mundo de modo que pueda haber hombres enfermos y sanables.
No entenderá la obra escrita de Paracelso quien no vea en ella el intento de rehacer con mente cristiana y nueva la historia de los saberes humanos acerca de la naturaleza y del hombre, pero no mediante lectura y reflexión, sino merced a una fervorosa y omnímoda pesquisa personal.»
Quizás la mejor manera de definirle- si es que se puede- la tengamos en sus propias palabras, estas las pronunció en la Universidad de Basilea donde tras ser contratado como profesor publicó un programa revolucionario que decía así:8 6
“No vamos a seguir las enseñanzas de los viejos maestros, sino la observación de la naturaleza, confirmada por una larga práctica y experiencia. ¿Quién ignora que la mayor parte de los médicos dan falsos pasos en perjuicio de sus enfermos? Y esto sólo por atenerse a las palabras de Hipócrates, Galeno, Avicena y otros. Lo que el médico necesita es el conocimiento de la naturaleza y de sus secretos. Yo comentaré, por lo tanto, cotidianamente, durante dos horas en público y con gran diligencia para provecho de mi auditorio, el contenido de los libros de medicina interna y cirugía práctica y teórica, de los cuales yo mismo soy autor. No he escrito estos libros como muchas otras personas repitiendo lo que han dicho Hipócrates o Galeno, sino que los he creado basándome en mi experiencia, que es la máxima maestra de todas las cosas. Y lo demostraré, no con las palabras de las autoridades, sino mediante experimentos y consideraciones razonables. Si vosotros, queridos lectores míos, sentís el afán de entrar en estos secretos divinos, si alguno quiere aprender en breve tiempo toda la medicina, que venga a Basilea a visitarme y encontrará todavía más de lo que puedo decir con palabras. Para explicarme con mayor claridad indicaré, como ejemplo, que no creo en el dogma de los humores con el que los antiguos explican equivocadamente todas las enfermedades; pues únicamente una mínima parte de los médicos de hoy tiene un conocimiento más exacto de las enfermedades, de sus causas y de sus días críticos. Prohíbo hacer juicios superficiales sobre Teofrasto antes de haberlo oído. Que Dios os guarde y os haga comprender benévolamente la reforma de la medicina. Basilea, día 5 de junio de 1527.”
1 Michaleas SN, Laios K, Tsoucalas G, Androutsos G. Theophrastus Bombastus Von Hohenheim (Paracelsus) (1493–1541): The eminent physician and pioneer of toxicology. 2021. Toxicology Reports. 8:411-14. https://doi.org/10.1016/j.toxrep.2021.02.012
2 Pérez Frías J. Miguel Servet y Erasmo de Rotterdam. SEMA; 2012. Editorial 33. Málaga.
3 Sadurní JM. Paracelso. El médico que fue alquimista. Historia. National Geographic. https://historia.nationalgeographic.com.es/a/paracelso_18769
4 Webster CH. Paracelsus, and 500 years of encouraging scientific inquiry.1993.BMJ; 306(6):597-8.
5 González-Martín C. Del veneno al nanotóxico ¿dosis sola facit venenum?. 2017, Fundación Universitaria San Pablo CEU.
6 Enferma medicándose. Virgilio. Aeneas. 12,46. Es peor el remedio que la enfermedad.
7 Laín Entralgo P. La antropología de Paracelso. 2017.Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Edición digital a partir de Theoria, núm. 2 (1952), pp. 76-77
8 Paracelso. https://www.yolandaostomiayvida.com/paracelso/