Otro mundo

Aquello parecía de otro mundo y otra época. Precedido de una hermana de la caridad había subido al tercer piso de un inmenso caserón en El Perchel, situado contiguo a la iglesia de Santo Domingo, cerca del río. Era una buhardilla corrida, es decir sin tabiques, donde las familias se encontraban separadas precariamente por mantas colgadas del techo, que servían de cortinas. Oliver Twist en Málaga. Pero cien años después de los tiempos en que Dickens los describió en sus novelas. Septiembre de 1978, poco antes de empezar mi MIR en Jerez.

La hermana me precedía sin apenas pronunciar palabra. Espacio tras espacio, cortina tras cortina. Camas, jergones, baúles … Yo caminaba sujetando mi maletín, con el fonendo, el bolígrafo y poco mas; vacío de conocimientos y lleno de temores, como correspondía a un médico novato que acababa de terminar la carrera. Y eso, la hermana lo sabía de sobra. Regordeta y con paso decidido no se volvió para comprobar que la seguía por aquel mar de pobres cortinajes. Tras apartar una sábana estampada se paró ante una cuna de madera y dijo:

  • Ésta es Carmen. Tiene fiebre desde hace tres días. No come. Búsqueme cuando termine y me dice que hacemos. – Me miró de arriba abajo, se dio media vuelta y se alejo sin decir una palabra más.

El angelito greñudo, delgado y sucio que descansaba en la cunita no aparentaba mas de cuatro añitos. Su cara mocosa – literal – sobresalía entre las mechas de pelo negro que no había recibido un peine en días. Facies vultuosa típica del sarampión, exantema y fiebre alta que se percibía con sólo poner la mano en la frente. Una rápida exploración confirmó el diagnóstico. La auscultación no mostraba signos preocupantes y las manchas de Koplick todavía eran visibles en el interior de los carrillos. La exploración neurológica era normal. La niña se dejaba hacer y no dijo una palabra salvo un llanto llamando a su mamá cuando saqué el depresor de la boca. Siempre lo dejaba para lo último como me había enseñado mi maestro.

La joven madre también parecía salida de otro siglo. Muy joven, delgada, alta, rubia y completamente vestida de negro, incluidas las medias tupidas y el pañuelo descuidado sobre la cabeza. Se abrazó a la niña y, buscando mi cara me preguntó:

  • ¿Está mal? ¿Tiene pulmonía?
  • No, no tiene neumonía. Es sarampión.

Puso cara de no entender.

  • Colorín – dije – 

Entonces se relajó para, inmediatamente, volver a fruncir el ceño.

  • ¿Qué me va a costar su visita?. 

Al principio me molestó la pregunta, pero inmediatamente caí en la cuenta de quien, y donde, me la estaba haciendo. Era casi una chiquilla y ya tenía al menos un hijo. La miré con mas detenimiento y el arrebol llegó a las mejillas de la joven. Estaba embarazada.

  • De eso no se preocupe. Trabajo para las Hermanas de la Caridad y ellas se ocupan de todo. Incluso de las medicinas que hubiese que comprar. Carmen se pondrá bien en tres o cuatro días. Seguro – lo dije con una caricia sobe la cabeza de la niña – .Volveré a verlas.

Al cuarto día regresé al asilo de Santo Domingo, sin que nadie me lo pidiese. Subí sólo a la cueva situada en la tercera planta, la enorme buhardilla con una sola entrada desde la escalera; allí un pasillo formado por colgaduras de todo tipo delimitaba los espacios concedidos a cada familia; que lo acotaban a su vez, un poco más, con camas, maletas, armarios y baúles. Intimidad ninguna. Al fondo una zona destinada a toma de agua y lavadero; con un par de retretes. Y eso era todo.

Me dirigí hacia la habitación de Carmen. Llegué hasta el habitáculo en silencio. Sobre la desvencijada cama, juntas, niña y madre parecían dormir. Sin decir nada extendí mi mano hasta tocar la frente de la niña. No había fiebre.

  • Se fue ayer – dijo la voz de la joven madre justo debajo de mí – La fiebre, digo.

Instintivamente toqué también su frente. 

La hermana dijo que el padre de la niña también se había ido. Ayer.

28/03/2021

Javier Pérez Frías