Huele a mirar hacia atrás, sin que el olor sea del pasado, tan solo que las brasas se van apagando, mientras que el sol empieza a recogerse antes. La brisa del mar sigue cargada de brea, tan solo que el mar se quedó parado, plasmado sobre la última foto tomada, pero inmerso en su vaivén de idas y venidas. La luna sigue presente también, alojada sobre nuestros pensamientos, pausada y reglándonos sus últimos arcos, a poco de que septiembre estrene luna nueva. Algo de música se cuela por las ventanas abiertas, música lejana que se deja llevar por la calima, ajena a los conciertos y verbenas que llegan a cuentagotas, temblando se cuela entre la nostalgia y los sueños. Aquellos que fueron más que sueños, creados en la imaginación se hacían hueco, tomaban forma en los calurosos días de verano, y se hilvanaban a nuestra piel tejida de realidad. Las voces inconfundibles en los juegos eternos, los primeros roces de aquellos pequeños cuerpos, desnudos de complejos y ajenos a las mentiras, solo despiertos a las sensaciones regaladas del verano. Las noches del verano se hicieron los días del otoño, las canciones de las verbenas se fueron silenciando, los días se acortaron, pero el sol y la luna coincidieron en el cielo, y los olores siguieron regando los recuerdos mientras el calor nos dejaba. José A. González Correa 30 agosto 2021