Estimado profesor…

¡Demasiado tiempo desde nuestra última comunicación! Inexcusable, lo sé, y sin embargo le he echado de menos y en mi mente he escrito miles de cartas, todas ellas con… ¿cómo era? ¿máximo común divisor o mínimo común múltiplo? En fin, ya me conoce usted de tiempo y sabe como mi mente juega con mis dedos, incluso con mis ojos, haciéndome ver más de lo que quisiera.

No hace muchos días, revisando nuestras comunicaciones sentí como mis manos se resistían a obedecer y se aferraban a una de sus últimas epístolas.
Nunca conseguiré expresarme con su limpieza y claridad. Y sentí vergüenza y desesperanza. La involución de mis escritos se hacía cada vez más notable cuanto mas cercanos en el tiempo y, sin embargo, usted ha mantenido siempre ese animo y esperanza que tanto admiro.

Cuatro años desde que comenzamos tímidamente esta, al menos para mi, imprescindible costumbre de escribirnos. ¿Por qué no me lo dijo antes? Estoy seguro que usted lo supo hace ya tiempo. ¡Que tonterías digo!, usted lo supo desde el principio y siempre me animó a continuar.

Perdone si esto último ha sonado a reproche. Todo lo contrario. Ahora reconozco el patrón, solo ahora cuando no sabré como seguirlo.
No quiero que termine Profesor, no quiero. Por favor, oblíguela a dejarme seguir adelante, oblíguela a levantarse y ponerse en marcha. ¡Oblíguela a existir!¡Tengo tanto que contarle todavía!

Hemos vivido esto antes, ¿verdad? No encuentro su respuesta, pero ahora recuerdo que hemos vivido esto antes y sé que seguiremos haciéndolo. Siento una repentina perspectiva sobre todo lo que es realmente importante, Profesor. Pequeños detalles que ha ido regalándome con sus cartas. Y ahora me viene a la memoria una frase de no recuerdo bien que libro de Hume: “Es difícil sentir más desapego por la vida del que siento ahora

Espero su carta con la vehemencia de un aún adolescente alumno.

Autor: M