En casa del Rector Maynard

(A Sara); P.G. Passutti

No maldigáis a mi madre,

que a la guerra me iré yo; 

me daréis las vuestras armas,

vuestro caballo trotón.

En la casa Maynard se habla de poesía y, hablando de poesía, uno de los hablantes mas antiguo recito estas estrofas del Romance de la Doncella Guerrera del Romancero Viejo. Al filo de ello surgió el nombre de Sara y se habló de Sara. Sara es poesía, épica si se quiere, pero poesía con mayúsculas.

Aquellos que no la conozcan se extrañaran de esta definición tan rotunda pero si tienen la curiosidad y benevolencia de leer estas letras sabrán porque lo afirmo así.  Algunos de los habituales a esta casa la conocemos desde hace tiempo, tanto como años tiene. Y surgió la conversación cuando nos enteramos que a Sara se le había concedido un premio, por el CMM, y cual fue su primera reacción al enterarse: 

  • Yo no he hecho nada; es un error, seguro … además yo no soy médico ni ná de ná” . 

Si en cada palabra de cada línea no hay poesía es que no sabemos apreciarla. Hay que decir que Sara andaría por la veintena y es de la vega de Antequera, donde el efebo. Hermosa como él, por demás.

Ahora. ¡Ojo!. Que ninguno de vosotros se equivoque al ver a esta mujer, si tiene la fortuna de conocerla. En más de un sentido ha vivido más que muchos que le doblamos la edad. Y experiencias duras, lo afirmo porque lo sé, sin caer jamás en el desanimo o la desesperanza, muy al contrario; ascendiendo y ascendiendo siempre, como las golondrinas al caer la tarde estival. Y  remontando el vuelo cuando la presión de la vida le hacia volar más bajo. Textura de terciopelo con alma de hierro. 

Ese “ná de ná” se resume en lo siguiente:

Durante sus años escolares y de instituto supo poner en su sitio – ¡ y de qué manera ! – a las profesoras que le recriminaban sus toses durante las clases y su bajo rendimiento escolar. Sé como lo hizo, pero no es para ponerlo en letras de imprenta. Se jugo la expulsión, ya que era un colegio religioso y determinadas expresiones no eran de recibo; en los colegios laicos … mucho me temo que tampoco lo son ahora. Lo logró, expuso sus razones y se quedó. Ahora la respetan, y, me consta, la admiran y la quieren. 

En el hospital y tapado su rostro por la mascarilla, sus grandes ojos  – lo único visible – transmiten ternura cuando miran. Pero no siempre son así, también sabían obligar a sus demás compañeros a mantenerse sobre las bicicletas; no se si para obtener después el premio de verla bailar sevillanas mientras los contemplaban. Me imagino que si. Me consta que era ella quien empezaba y terminaba todas las agotadoras sesiones de rehabilitación. Y si ella lo hacia … cualquiera no.

No puedo dejar de referirme a las frases previas a su paso del Rubicón cuando les espetó a quienes le ponían en el dilema con un:

  •  “Ya veremos que se puede hacer…“ 
  • “Yo no vengo hasta aquí para ver que podéis hacer, vengo a por vida”

En ese cuerpo – según ella no tan rotundo como debiera – anida un corazón de leona alegre que ha hecho – y lo sigue haciendo – mucho bien a todos los que hemos tenido la suerte de tratarla.

En fin, seguro que hay mas de una persona  que lo merecía con sus mismos méritos, seguro; pero más que ella, ninguno.

Perdón. Se me olvidaba darles algunas claves para una mejor compresión de lo anterior:

Sara es una paciente afecta de una grave enfermedad desde el nacimiento que le fue, poco a poco, destrozando sus pulmones causando bronquiectasias e infecciones persistentes, pese a lo cual y hasta que la necesidad de administrarle oxigeno de forma permanente le impidió hacerlo, acudía a recibir clases al instituto con regularidad, lógicamente con tos.

Durante meses sólo pudimos contemplar sus grandes ojos debido a la mascarilla quirúrgica que se veía obligada a llevar, primero por el riesgo de contagio y después como autoprotección. La bicicleta no era un deporte para ella, era la estática del gimnasio de rehabilitación del Reina Sofía de Córdoba donde encabezaba las sesiones de su particular pelotón de transplantados y, después, clases de sevillanas, arrastrando con ella a todo aquel que se ponía a tiro. Pequeño o grande. Por cierto, su Rubicón fue un trasplante pulmonar. Doble.

Cuando se encontró de nuevo en su casa de la vega alguien le pregunto: 

  • ¿Y ahora … qué?. 
  • “Vivir”, fue su cabal respuesta. 

Y ahora el COVID. “No le falta de ná a mi María Antonia”, que dicen por aquí. Y también se acaba de vacunar. 

Estos son algunos de los “ná de ná” de Sara, la niña con los “ojos” tan grandes como los del caballo de Espartero. – ¿o no serían ojos?; ya no sé – .

 ¡Olé tus ojos, Sara! … en cualquier caso.

PD: Para los puristas preocupados, tengo el permiso de la interfecta para poner sus fotos, incluida la tan sugerente del hombro desnudo.