Hubo un tiempo en el que las batas de los universitarios se saludaban a diario. La bata despistada, la del cuello asimétrico, abrazaba a la bata vieja, la que estaba como una pasa. Al final de la mañana, si había suerte, tocaba ducha con detergente y suavizante. Y, luego, dormían hasta que su estudiante las avisaba.
Unos de los pocos defectos de las batas es que son muy perezosas. No suelen despertarse así porque sí; necesitan que su dueño las reclame. Sin embargo, cuando eran requeridas, se levantaban al instante, porque las ganas de aprender y de ver a sus batas favoritas les son irresistibles.
Pero, de repente, el sueño se alargó. Pasaron las semanas y los meses. Seguían dormidas; nadie las avisaba. Las más afortunadas tuvieron alguna salida puntual, pero nada más. La mayoría llevan aletargadas alrededor de un año.
Justo hoy se ha despertado la mía, no me preguntéis por qué. Me dice que tiene ganas de dar guerra otra vez. Yo le respondo que ya llegará, que tenga paciencia. A continuación, se va de vuelta a dormir. Por mi parte, hago lo propio.
A mitad de la noche me despierto y reparo en qué he soñado. Las batas se volvieron a ver. Reían, como en los buenos tiempos. Me quedo dormido de nuevo. ¿Qué soñarán las batas universitarias?
Autor: Diego González Serrato, estudiante de 2º de Medicina