Dicen de la eternidad del amor, yo sugiero que se disipa cuando la mente lo olvida.
Mi mujer era pura armonía y perfección. Estaré eternamente agradecido a aquel instante en el cual nos encontramos en aquella estación de trenes de París. Recuerdo que las hojas ya habían caído y el invierno estaba siendo el más crudo de los últimos 35 años. Sin embargo, lo que no sabían las estadísticas era sobre nuestro flechazo y posterior relación durante los siguientes 60 años. Ella era única y yo era sabedor de cada uno de sus rasgos, de aquellos hoyuelos inocentes, de cada surco y curva de su cuerpo. Con los ojos cerrados era capaz de vislumbrarla y describirla de manera muy fiel a la realidad, ya que me conocía hasta incluso cada coordenada de cada uno de sus lunares, cuya suma daba 32 exactamente al igual que el número de descendientes que han surgido de nuestro matrimonio y de los matrimonios de nuestros hijos, sobrinos y nietos.
Sin embargo, y muy desafortunadamente, dicho número también se corresponde al número de días que estuviste ingresada en el hospital luchando contra aquella maldita infección la cual pudo contigo, mi amor. No sabes cuánto he llorado por tu muerte, yo creo que he tenido momentos en los cuales se me habrá secado el alma por tanta lágrima derramada. Te echo tanto de menos, la vida sin ti es menos vida y lo único que pienso es en nuestro reencuentro. Con cariño me despido de ti y recuerda que siempre te querré. Un abrazo de los nuestros, de parte de tu marido, Michael.
Este fragmento que acabo de redactar es de mi abuelo, de una carta que encontramos escondida en uno de sus numerosos baúles y de la cual él no se acuerda de nada. Bueno, ni de la carta ni de nadie, no reconoce a nadie de nuestra familia por su Alzheimer e incluso no recuerda a su fallecida esposa. Se me llenan los ojos de lágrimas al ver como ha pasado de ser un experto astronauta en los lunares de nuestra abuela a no saber ni como se llama. Por eso, creo que el amor se mantiene vivo hasta que la mente se volatiliza hacia un destino perdido.
Autor: Fernando Puyol Ruiz
Alumno de 5º de Medicina, Universidad de Málaga.